Serie Especial COVID-19. Columna sobre Medio Ambiente y Desarrollo, 15 de mayo de 2020

Relaciones sino-australianas bajo presión: ¿hay lecciones para América Latina?

Por Clive Phillips

Las recientes restricciones comerciales impuestas por China a las importaciones de carne de res y cebada de Australia significan que es hora de dar un paso atrás y ver los beneficios que se obtendrán de una relación previamente fuerte entre estos dos países. A primera vista, China y Australia parecieran partners poco probables por sus marcados contrastes. Por una parte China, es la cuna de una de las civilizaciones más antiguas del mundo, tiene una de las mayores densidades de población humana y un gobierno comunista para controlarla. Y por su parte Australia, ha tenido un desarrollo de estilo occidental durante poco más de 200 años, tiene una de las densidades de población más bajas de cualquier país y es una democracia moderna a la manera occidental. Sin embargo, salvo algunas cuestiones diplomáticas, existe un respeto reciproco entre estas dos naciones tan contrastantes.

Hay mucha sinergia en el trato mutuo entre ambos países, lo que demuestra que a veces los opuestos se atraen a nivel internacional y también pueden ser complementarios. Al respecto China tiene un problema importante con la seguridad alimentaria, ya que tiene el 20% de la población mundial y solo el 7% de la tierra cultivable del mundo. Por el contrario, Australia tiene la mayor superficie cultivable per cápita del mundo y crece tres veces más de lo que consume en el país. Por lo tanto, no fue una sorpresa que, al mismo tiempo que Australia perdía comercio con su ‘alma mater’, el Reino Unido, que se acercaba cada vez más a Europa; las relaciones con China aumentaban, impulsadas por la creciente demanda china de productos primarios, y más recientemente, por servicios educacionales. La reciente ruptura del Reino Unido con la Unión Europea y la búsqueda por restablecer los vínculos con Australia y China, entre otros países no europeos, es un desafío muy arriesgado cuando las relaciones comerciales complejas ya están establecidas.

Después de experimentar algunas terribles hambrunas, presentes en la memoria histórica de China, sus autoridades deben haberse alarmado al escuchar a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) proyectar en el 2009, que los alimentos y suministros tendrían que aumentar en un 70% para 2050 y que la mayoría de las oportunidades para aumentar la producción no estaban en Asia sino en América Latina y África subsahariana. Aunque China ha hecho grandes avances en el desarrollo de relaciones en estas regiones para aumentar sus suministros de alimentos, también ha recurrido a uno de sus vecinos más cercanos, Australia, para obtener suministros de productos ganaderos y otros productos primarios, como los combustibles fósiles para ayudar a apoyar su industrialización. En la actualidad Australia es su quinto mayor proveedor de importaciones, y China a su vez, es el mayor socio comercial de Australia en términos de importaciones y exportaciones. Australia está abierta a tal desarrollo y China es el segundo mayor inversor en tierras agrícolas en el país, a pesar de que los australianos más conservadores expresan sus preocupaciones al respecto. Recientemente visité grandes propiedades en Kimberley financiadas por inversiones chinas, que están proporcionando nuevas carreteras y suministros de agua con el objetivo de permitir que el ganado se críe tierra adentro, en tierras que anteriormente no producían ningún producto exportable. Sin tales inversiones, la agricultura en Australia no podría desarrollarse.

La creciente riqueza en China ha llevado a una creciente demanda de carne y lana de Australia, en el mismo momento en que el mundo estaba siendo alertado sobre el costo para nuestro clima, el suministro de agua y la salud humana por expandir nuestra producción ganadera. Con tierras agrícolas en escasez crítica, dedicar aún más a la producción muy ineficiente de carne y lana podría poner en peligro la seguridad alimentaria. El ganado vacuno y porcino ya tienen la mayor biomasa de todas las especies del planeta, un 66% más que la de los humanos, y pueden aumentar aún más si el consumo de carne china continúa aumentando (aumentó de 13 kg. a 63 kg. / por persona entre 1982 a 2016). Además de importar un número creciente de ganado australiano, China también está importando cantidades significativas de forraje y heno para apoyar el crecimiento en sus propias industrias ganaderas.

La modernización y expansión de la producción animal china ha sido ayudada por el Acuerdo de Libre Comercio entre China y Australia de 2015, que redujo los aranceles, en línea con la membresía de ambos países en la OMC. Sin embargo, los métodos industriales occidentales de producción intensiva de carne, que China está adoptando, ahora son comúnmente rechazados por muchos consumidores occidentales, que prefieren comprar productos de corral producidos con estándares de bienestar más altos y con menos riesgo de enfermedad. Es posible que China no tenga la tierra para la producción a gran escala, y resolver los problemas de bienestar que casi seguramente exacerban el riesgo de enfermedades zoonóticas (se trata de enfermedades que pueden transmitirse entre animales y seres humanos) es solo uno de los desafíos para un nuevo Centro de Bienestar Animal Sino-Australiano establecido por mi equipo en 2019.

El gobierno chino es consciente de los peligros del rápido aumento del consumo de carne y recomendó en 2016 que las personas reduzcan a la mitad su consumo, a pesar de que actualmente solo consumen la mitad que los australianos. Sin embargo la nueva tecnología alimentaria puede proporcionar soluciones. El cultivo de carne en laboratorio ahora es técnicamente factible, y muchas de las principales compañías de producción de alimentos del mundo están invirtiendo en el desarrollo de un producto comercializable. Al mismo tiempo, los sustitutos de carne a base de vegetales, ahora están creando carnes sintéticas que apenas se distinguen de los productos animales. Además, los tecnólogos de alimentos se han basado en las vastas experiencias culinarias a nivel internacional para crear muchos productos nuevos y diversos que son atractivos y saludables. Por ejemplo la tradicional gastronomía china es reconocida mundialmente y está mucho más desarrollada que la gastronomía australiana, y con el apoyo del gobierno podría adoptar nuevas dietas más saludables que no dependan de productos de origen animal, en beneficio de las personas y del planeta.

En este contexto América Latina desempeña un papel crucial en la relación chino-australiana, ya que ofrece oportunidades similares para el desarrollo agrícola a las que ya están siendo explotadas en Australia. Trabajando juntos es posible ayudar a proveer de alimentos a la nación más poblada del mundo, al mismo tiempo que es posible cooperar y colaborar en desarrollar un futuro más sostenible para todos, al reducir el consumo de carne, ayudar a controlar la contaminación ambiental y proporcionar una mejor calidad de vida para el ser humano y para todos los animales en criaderos o en estado salvaje.

Clive Phillips es Director del Centro de Bienestar Animal y Ética Animal en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Queensland, Australia.


Special Series COVID-19. Column on Environment and Development, May 15, 2020

Sino-Australian relations under strain, are there lessons for Latin America?

By Clive Phillips

The recent trade restrictions imposed by China on beef and barley imports from Australia means that it’s time to take a step backwards and look at the benefits to be gained from the previously strong relationship between these two countries. At first glance these two nations, China and Australia, are unlikely bedfellows. China, home to one of the world’s oldest civilisations, has one of the highest human population densities and a Communist government to control them. Australia, which has only had its Western style civilisation for little over 200 hundred years, has one of the lowest population densities of any country, and is a modern democracy in the Western fashion. Yet, barring a few diplomatic issues, there is a healthy respect between these two contrasting nations.

There is a lot of synergism in these two nations’ dealing with each other, demonstrating that sometimes opposites attract at a national level. China has a major issue with food security, having 20% of the world’s population and only 7% of its arable land. By contrast Australia has the world’s largest arable area per capita and grows three times as much as it consumes domestically. Thus it was no surprise that, at the same time as Australia lost trade to its ‘alma mater’, the UK, which grew ever closer to Europe, relations with China surged, driven by the growing demand in China for primary goods, and more recently, education. The UK’s recent severing of its ties to the EU and quest to restore links with Australia and China, among other non-European countries, is highly risky when complex trading relationships are already established.

After experiencing some terrible famines within living memory, Chinese authorities must have been alarmed to hear the FAO predict in 2009 that food and feed supplies would have to increase by 70% by 2050 and that most of the opportunities to increase production were not in Asia but in Latin America and sub-Saharan Africa. Although they have made great strides in developing relations in these regions to increase their food supplies, China also turned to one of its closer neighbours, Australia, for supplies of livestock products and other primary products, such as fossil fuels, to help support its industrialisation in the modern era. Australia is its fifth biggest import provider, and China in turn is Australia’s biggest trading partner in terms of imports and exports. Australia is open for such development and China is the second biggest investor in agricultural land in Australia, even though the more conservative Australians raise concerns about this. I recently visited large properties in the Kimberley’s funded by Chinese investment, which are providing new roads and water supplies to enable cattle to be reared inland in country that previously produced no saleable product. Without such investment, agriculture in Australia cannot develop.

The growing affluence in China has led to surging demand for meat and wool from Australia, at the very time that the world was being alerted to the cost to our climate, water supplies and human health of expanding our livestock production. With agricultural land in critically short supply, devoting even more of it to the very inefficient production of meat and wool could jeopardize food security. Cattle and pigs already have the highest biomass of any species on the planet, 66% greater than that of humans, and may become even higher if Chinese meat consumption continues increasing (it rose from 13 to 63 kg/head between 1982 and 2016). As well as importing growing numbers of cattle from Australia, China is now also importing significant amounts of feed grain and hay to support growth in its own livestock industries.

The modernisation and expansion of Chinese animal production has been helped by the 2015 China Australia Free Trade Agreement, which reduced tariffs, in line with both countries’ membership of the WTO. However, the Western industrial methods of intensive meat production, which China is adopting, are now commonly rejected by many Western consumers, who prefer to buy free range products produced to higher welfare standards and with less risk of disease. China may not have the land for large scale free range production, and solving the welfare problems that almost certainly exacerbate the risk of zoonotic diseases is just one of the challenges for a new Sino-Australian Animal Welfare Centre established by my group in 2019.

The Chinese government is aware of the dangers of the rapidly increasing meat consumption, recommending in 2016 that people halve their consumption, despite the fact that they currently only eat half as much as Australians. New food technology may provide the solution. Culturing meat in the laboratory is now technically feasible, and many of the world’s major food production companies are investing in developing a marketable product. At the same time, vegetable-based meat replacers are now creating synthetic meats that are barely distinguishable from the animal products. As well, food technologists have drawn on the world’s vast culinary experiences to create many diverse new products that are attractive and healthy. Chinese cuisine is world renowned and vastly more developed than Australian cuisine, and with government support could embrace new healthier diets that don’t rely on animal products, for the benefit of both people and planet.

Latin America plays a crucial part in the Sino-Australian relationship as it offers similar opportunities for agricultural development to those already being exploited in Australia. Working together we can help to feed the world’s most populous nation, at the same time as helping to develop a sustainable future for all by reducing meat consumption, controlling pollution and providing a good quality of life for all animals, be they farmed, wild or human.

Clive Phillips is Director of the Center for Animal Welfare and Animal Ethics at the University of Queensland – School of Veterinary Science. Australia.