Columna sobre Género. 1° de diciembre de 2021
Movimiento Me Too en China: Ausencias, silencios, violencias y activismo
Por Amelia Sáiz López
El 2 de noviembre de 2021 la tenista Peng Shuai denunció en su cuenta de Weibo (similar a Twitter) al ex viceprimer ministro Zhang Gaoli por haberla agredido sexualmente. Desde entonces no se la ha visto, aunque el 20 de noviembre Euronews informaba que se habían publicado fotos de la tenista en una cuenta de Twitter de un medio afín al gobierno. Esta denuncia es muy significativa para el movimiento Me Too chino, ya que ha alcanzado una dimensión internacional -liderada por los mensajes que solicitan la presencia de la tensita china en los medios y mensajes de apoyo de la Asociación Mundial de Tenis Femenino (WTA, acrónimo en ingles)- que no se había conseguido con anterioridad más allá de los círculos feministas transnacionales. Además, es la primera vez que se acusa de agresión sexual a un alto encargo del gobierno chino. Circunstancia que, se supone, explica el silencio y ausencia de Peng Shuai de las redes sociales.
El movimiento Me Too llegó a China (#我也是, woyeshi, “yo también” – traducción del inglés- #米兔, mitu, “conejo de arroz” -homófono en chino-) en 2018. El primer caso viral fue la denuncia de acoso sexual de la estudiante Luo Xixi al profesor Chen Xiaowu en la Universidad Beihang de Beijing. Después, las denuncias sobre acoso de hombres que ocupaban diferentes posiciones de poder se produjeron desde distintas ciudades y provincias de China, con el despido de alguno de los varones acusados. Sin embargo, mitu adquirió una nueva dimensión con los casos de Xianzi (seudónimo de Zhou Xiaoxuan) y de Liu Jingyao, quien acusó a Liu Qiandong, fundador de la empresa Jindong.com, en Minnesota (EE.UU.) de violarla en el verano de 2018. La denuncia llegó a los tribunales en abril de 2019. El caso de Xunzi se remonta a 2014, cuando denunció a la policía, sin resultados, a su acosador Zhu Jun, presentador muy famoso en China por conducir el programa de fin de año en la Televisión Central de China (CCTV). En 2018, animada por el movimiento Me Too publicó en las redes un ensayo en el que detallaba el acoso sexual sufrido cuando era becaria. El caso adquirió mayor notoriedad cuando Zhu Jun la demandó por difamación. Hasta esta demanda, Zhu contaba con todo el apoyo y reconocimiento de sus empleadores y seguidores, pero al no avisar a los primeros de sus intenciones, y dado el alcance del caso en la opinión pública, la CCTV le retiró su protección.
En la revisión de 2005 la Ley de Protección de los intereses de las mujeres y de los niños (1992), se estipula la prohibición del acoso sexual sin especificar situaciones y castigos. Al no estar tipificado el delito, la demanda tuvo que interponerse como una violación de los derechos laborales y de las personas que incluye daños a la integridad física y a la salud. En la actualidad, ya aprobado el nuevo Código Civil chino vigente desde enero de 2021, el acoso sexual se ha tipificado como delito en el artículo 1010, donde se estipula que una persona -sea hombre o mujer- puede presentar una demanda civil cuando ha sido objeto de acoso sexual ya sea de manera verbal, lenguaje escrito, imágenes, comportamiento o de otro tipo, en contra de su voluntad. Responsabiliza a las empresas, escuelas, universidades y organismos en general a prevenir el acoso sexual, investigar y tramitar las denuncias. Pero para Xianzi, la revisión del Código Civil ha llegado un poco tarde. El 15 de septiembre de 2021, el tribunal del distrito de Haidian (Beijing) desestimó la demanda por falta de pruebas.
Xianzi, como Liu Jingyao, y otras supervivientes de acoso, han estado sometidas también al acoso mediático con injurias y humillaciones que pretendían restarles credibilidad, acallarlas y así neutralizar el efecto del movimiento mitu. La académica y activista Feng Yuan[1] señala que la manera más eficaz de ejercer la censura en China es categorizar como “políticamente sensible” aquellos temas que el poder no desea que tengan lugar en el debate público. La censura cibernética es uno de los medios que contribuyen a esta “sensibilización de lo político”. Pero para esta autora, la articulación más demoledora ha sido asociar las denuncias de acoso sexual a las “potencias extranjeras”, a quienes se las considera responsables de manipular a las mujeres chinas para que eleven estas denuncias en las redes sociales, y se hace extensible a toda aquellas que se hacen eco de esta problemática y demandan soluciones al respecto. Así, supervivientes del acoso, activistas feministas y defensoras de los derechos de las personas pasan a considerarse sospechosas, cuando no enemigas, de la nación. Evidentemente, esto reduce el debate y la movilización.
Sin embargo, pese a esta atmosfera hostil, el movimiento mitu ha conseguido varios logros. Por un lado, ha revitalizado el activismo feminista digital chino notablemente atenuado desde el famoso caso de las cinco feministas detenidas por alterar el orden público en 2015. El acoso sexual ha conseguido una repercusión mediática que ha transcendido el ciberespacio exponiendo casos y argumentos para una mayor comprensión de este delito. Prueba de ello ha sido la legislación nacional sobre el acoso.
El caso de Xianzi, dispuesta a apelar, y la preocupación internacional por Peng Shuai, entre otros, constituyen ejemplos de cómo se ejerce la violencia estructural contra las mujeres, a la vez que retroalimentan el movimiento Me Too fuera y dentro de China, y contribuyen a la defensa de los derechos de las mujeres.
Nota: [1] Feng Yuan (2021) “Overcoming the Conundrum of Being Made ‘Politically Sensitive’: Anti–Sexual Harassment Movements and (Self-) Censorship”. Made in China, 6 (2), pp.186-188.
Amelia Sáiz López es profesora de Estudios de Asia Oriental de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Doctora en Estudios Interculturales de la UAB y Socióloga de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Coordinadora del eje de Género de REDCAEM.