Columna sobre Medio Ambiente y Desarrollo. 15 de enero de 2022
¿Es la Civilización Ecológica la vía hacia las metas ambientales?
Por Pablo I. Ampuero Ruiz
La COP26 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021) desarrollada en Glasgow entre el 31 de octubre a 13 de noviembre pasado, ha dejado a muchos desilusionados acerca de la posibilidad de mantener el incremento de temperatura planetaria bajo 1 grado Celcius, lo que tiene directas consecuencias en los fenómenos meteorológicos y geológicos del planeta. Muchos países, entre ellos los Estados Unidos, la Unión Europea y la República Popular China, se han comprometido con ambiciosos planes de reducción de emisiones de carbono hacia mediados de siglo, sin embargo, las acciones concretas no se condicen con el discurso.
Al centro de la imposibilidad de lograr acuerdos y coordinar esfuerzos internacionales se encuentran posturas contrapuestas sobre responsabilidad y justicia ambiental. Para los países desarrollados del Atlántico Norte, los mayores contribuyentes de carbón a la atmósfera debieran hacer el mayor esfuerzo por lograr la neutralidad neta. A contraparte, países en desarrollo como India o la República Popular China estiman que la reducción de emisiones no debe perjudicar el bienestar de su población. En este sentido, los países del Atlántico Norte tienen una responsabilidad histórica como contaminantes que no es comparable con la de países en desarrollo, por lo que la reducción de emisiones debe realizarse en un sentido de justicia climática.
La estrategia de Beijing, entonces, combina el crecimiento económico con la sustentabilidad medioambiental con el objeto de construir una “sociedad moderadamente acomodada”. Esta propuesta, conocida como “Civilización Ecológica”, considera transformaciones internas que reconfiguren el uso de energía en la producción y la promoción de estilos de vida con baja huella de carbono. Y a nivel externo, promueve la reducción de emisiones en las relaciones comerciales a través de beneficios tributarios y subsidios estatales. En este sentido, para los dirigentes del Partido Comunista de China resulta plausible encontrar soluciones de sustentabilidad ecológica dentro del marco social y normativo de la economía de mercado, aprovechando las herramientas del estado autoritario. Es así como se minan millones de datos, tanto históricos como a tiempo real, que justifican las tecnologías y políticas públicas implementadas en respuesta a los grandes predicamentos socioecológicos de nuestra era.
Desde la introducción del concepto de Civilización Ecológica por Hu Jintao en 2007, el país ha implementado múltiples proyectos que encarnan el compromiso ecológico del Partido. Estos proyectos pueden agruparse en tres grandes categorías: embellecimiento y conservación, mercantilización de las emisiones y la transición energética. Las primeras han tenido un rol preponderante durante el periodo de Xi Jinping, quien ha llamado explícitamente a construir una “China Bella”. Por una parte, incluyen formas de urbanización que combinan el atractivo turístico con eficiencia energética, y por otra, la designación de áreas geográficas para proteger su biodiversidad. Los proyectos de mercantilización de emisiones, por su parte, sintonizan con una tendencia internacional por establecer mercados de contaminantes para estimular la descontaminación. Es así como se han establecido mercados de emisiones de carbono y de contaminación hídrica que involucran tanto a actores industriales como a los ciudadanos de a pie, quienes pueden acceder a recompensas a través de plataformas de pago como WeChat Pay o AliPay si reducen su huella de carbono en sus actividades comerciales. Finalmente, están los proyectos de transición energética, que buscan reemplazar las fuentes de energías fósiles por energías “verdes”. Aquí encontramos los subsidios para estimular la adopción de la electromovilidad, los esfuerzos por desfasar el uso de carbón y por desarrollar nuevas tecnologías de sustentabilidad y/o captura de carbono.
Como vemos, gran parte de las soluciones implementadas bajo la égida de la “Civilización Ecológica” responden a techno-fixes (soluciones tecnológicas) inspirados por una fe ciega en la tecnología y la capacidad humana de transformar la naturaleza. Estas ideas, cargadas de tradición maoísta, parecen expandirse a través de las relaciones comerciales y diplomáticas entre el gobierno chino y sus conexiones en el mundo en desarrollo. Pero en lugar de presentar una alternativa radical a las formas de vivir y a las ecologías del desarrollo, los preceptos de extracción, producción y consumo propios de nuestras economías de mercado se perpetúan y proyectan. Es así como la República Popular China resulta ser uno de los países con mayores emisiones de carbono y también el mayor productor de tecnologías “verdes”. En términos de su relación con América Latina, observamos que las transiciones energéticas consolidan las tendencias reprimarizadoras de las economías regionales, poniendo mayor presión en mantener regímenes rentistas, de extracción y comercialización de minerales y otras materias primas. La reciente discusión sobre la licitación de litio chileno es clara evidencia de las limitaciones a la imaginación de posibilidades.
Nos encontramos entonces en una situación donde la sobredeterminación del problema, manifestada en imperativos económicos o políticos, nos impide simplemente mirar hacia arriba. Mientras multitudes de científicos de las más diversas disciplinas insisten en la inminencia de la catástrofe, de la cual estamos viviendo solo el principio, los gobiernos insisten en una especie de “gatopardismo” ambiental. Porque la real utopía es pensar que cambiando todos los vehículos del mundo por unos impulsados por baterías de litio o hidrógeno nos permitirá mantener el incremento de la temperatura terrestre bajo 1 grado Celsius. En síntesis, resulta necesario prestar más atención a lo “civilizacional” en la Civilización Ecológica, con el fin de superar el criterio normativo prescriptible (en el sentido de sancionar conductas) que la imbuye. Desde América Latina podemos imaginar una reconfiguración de la Civilización como un horizonte de relaciones socioecológicas complejas. Por ende, una propuesta planetaria de Civilización Ecológica debiera cuestionar tanto la objetivación de la naturaleza como el esencialismo cultural de la Civilización, con el fin de celebrar las diversas formas de vivir insertos en nuestros ecosistemas.
Pablo I. Ampuero Ruiz es Investigador Postdoctoral de la Universidad de Amsterdam y Doctor en Antropología Social por el Instituto Max Planck y la Universidad Martín Lutero de Halle-Wittenberg en Alemania.
Nota: El tema abordado por el autor de esta columna de opinión es parte de un proyecto que ha recibido fondos del Consejo de Investigación Europeo (ERC) bajo el programa de investigación e innovación de la Unión Europea Horizon 2020 (grant agreement No. 853133).