Columna sobre Política y Relaciones Internacionales, 1° de Septiembre de 2025

Del BRICS 1.0 al BRICS+2.0: La convergencia líquida con el Sur Global

Por Walter Sánchez

 

Cuando a inicios del siglo XXI surgió el acrónimo BRIC en los informes de una consultora financiera, pocos imaginaron que dos décadas más tarde se transformaría en una coalición que desafiaría la arquitectura internacional heredada de la Guerra Fría. Lo que comenzó como un concepto de marketing, rápidamente adquirió densidad política y se convirtió en un símbolo de las aspiraciones de un conjunto de potencias emergentes que buscaban revisar el statu quo mundial.
El recorrido desde el BRICS 1.0 —conformado por Brasil, Rusia, India, China y, a partir de 2011, Sudáfrica— hasta el actual BRICS+2.0, ampliado en 2025 con seis nuevos miembros y más de treinta adherentes, refleja mucho más que un simple crecimiento institucional. Expone la emergencia de un relato revisionista, compartido en gran medida por lo que hoy llamamos el Sur Global: un mosaico de naciones que, pese a sus profundas diferencias internas, se reconocen en la búsqueda de mayor autonomía estratégica frente al poder concentrado en Occidente.
El atractivo inicial y sus límites
El BRICS original fue recibido con una mezcla de escepticismo y asombro. Que países tan disímiles en cultura, modelo político y nivel de desarrollo se agruparan bajo una etiqueta común parecía un artificio más que un proyecto geopolítico. Sin embargo, el paso del tiempo mostró que esa heterogeneidad podía convertirse en una virtud: su diversidad facilitaba hablar en nombre de otros, representar identidades múltiples y proyectarse como un bloque alternativo a la hegemonía occidental.
China jugó un rol central desde el inicio. Sin su músculo económico y su visión estratégica a largo plazo, el BRICS habría sido un experimento efímero. El gigante asiático supo revestir sus intereses con un discurso multilateral, presentándose como pacificador y promotor de un desarrollo armónico. Brasil y Sudáfrica, por su parte, buscaron reconocimiento regional, mientras que Rusia encontró en el grupo una tabla de salvación frente a su creciente aislamiento. India, siempre oscilante entre Occidente y el Sur, se consolidó como un actor bisagra.
Sin embargo, las tensiones internas nunca desaparecieron. Las disputas entre India y China, la guerra en Ucrania que puso a Moscú en el banquillo internacional y las diferencias económicas entre sus miembros han puesto en duda la viabilidad del bloque como proyecto coherente.
Del escepticismo al referente ineludible
A pesar de sus contradicciones, el BRICS logró lo que pocos esperaban: consolidarse como un actor de referencia en la gobernanza mundial. Hoy, con la ampliación a países como Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia, el BRICS+2.0 reúne casi la mitad de la población mundial y más de un tercio de la economía global. No es un detalle menor: hablamos de un espacio que atrae más inversión extranjera que los países desarrollados y que se ha convertido en un eje del comercio Sur-Sur.
Este crecimiento no se explica solo por la suma de economías y territorios. Responde, sobre todo, a la capacidad de articular un relato compartido con el Sur Global. Frente a un Norte percibido como arrogante, unilateral y protector de un orden diseñado “por Occidente y para Occidente”, el BRICS se presenta como plataforma de convergencia para quienes buscan mayor voz y representación en las instituciones internacionales.
La narrativa de la “autonomía estratégica” ha sustituido a la retórica de la democracia o los valores universales. Lo que une a estos países no es un compromiso ideológico común, sino la defensa de sus propios márgenes de maniobra frente a los poderes establecidos. Cada miembro acomoda este discurso a su manera, pero todos coinciden en rechazar la subordinación.
Geopolítica líquida y nuevas narrativas
La transformación del BRICS no puede entenderse desde las categorías tradicionales de la geopolítica clásica, obsesionada con mapas, territorios y equilibrios de poder militar. La actual coyuntura internacional es líquida, marcada por policrisis simultáneas, a-polarismo y un debilitamiento de las instituciones multilaterales que alguna vez dieron estabilidad al sistema.
En este contexto, los relatos adquieren tanta relevancia como los datos duros. El BRICS ha sido exitoso no solo por lo que hace, sino por lo que simboliza. Su existencia refleja la construcción de una identidad colectiva del Sur Global, un imaginario que otorga autoestima y sentido de pertenencia a países históricamente relegados en la toma de decisiones internacionales.
China ha sabido capitalizar este terreno inmaterial. Sus iniciativas globales —desde la Franja y la Ruta hasta la propuesta de una “civilización global”— funcionan como andamiaje ideológico para proyectar liderazgo. Brasil, con su tradición diplomática y su defensa del multipolarismo, aporta legitimidad regional. Rusia utiliza el bloque para mitigar su aislamiento. India juega a mantener sus opciones abiertas, consciente de que su peso demográfico y económico la hace indispensable.
La pregunta de fondo es si esta amalgama de intereses puede sostenerse en el tiempo. La experiencia de la Unión Europea muestra que la ampliación no siempre fortalece; también puede profundizar fracturas.
La contradicción permanente
El BRICS proclama defender valores de soberanía, justicia y multipolarismo, pero la realidad de sus miembros muestra un mosaico de regímenes autoritarios, democracias frágiles y economías profundamente desiguales. La retórica de los derechos humanos o de la cooperación suele chocar con prácticas unilaterales, como la invasión rusa a Ucrania o la represión interna en varios de sus miembros.
Esa contradicción no invalida el atractivo del bloque, pero sí limita su capacidad para convertirse en una alternativa real al orden mundial. El Sur Global se reconoce en su discurso, aunque lo observa con cautela. Lo que seduce no es tanto la coherencia del BRICS, sino la promesa de un espacio donde se pueden canalizar frustraciones compartidas frente al Norte.
América Latina y el espejismo de la pertenencia
Para América Latina, el ascenso del BRICS plantea un dilema histórico. La región ha intentado múltiples experimentos de integración, desde la ALALC hasta la CELAC, casi todos diluidos en el tiempo por rivalidades y falta de continuidad. En ese contexto, la posibilidad de vincularse a un bloque que concentra poder económico y político resulta tentadora.
Brasil, como miembro fundador, se proyecta como portavoz regional. Pero otros países vacilan: Argentina, bajo Milei, se alineó con Washington, mientras que Colombia bajo Petro coqueteó con la idea de ingresar. Chile y México observan con distancia, atrapados entre sus vínculos con Occidente y su interés en diversificar socios.
El problema es que, más allá de la retórica, el BRICS sigue siendo una coalición con prioridades propias, donde China y Rusia marcan el ritmo. La autonomía latinoamericana podría verse reducida a un papel secundario, repitiendo patrones de dependencia bajo un nuevo disfraz.
El futuro de un relato en disputa
¿Puede el BRICS+2.0 convertirse en el gran desafío al orden mundial occidental? La respuesta, por ahora, es incierta. Su peso económico y demográfico es innegable, pero sus contradicciones internas, sus asimetrías y la ausencia de un proyecto político claramente definido ponen límites a su proyección.
Más que una alternativa consolidada, el BRICS encarna una posibilidad: la de imaginar un mundo menos centrado en Occidente, más diverso en voces y representaciones. Esa posibilidad es en sí misma un cambio profundo en la política internacional, porque reconfigura expectativas y alimenta la percepción de que otro orden es posible.
Sin embargo, conviene recordar que los relatos no son suficientes. Para sostenerse en el tiempo, el BRICS necesitará legitimidad social, coherencia en sus decisiones y capacidad de transformar declaraciones en acciones. De lo contrario, corre el riesgo de convertirse en un espejismo más, otro bloque que promete y no cumple.
Reflexión final
La historia del BRICS entre 2011 y 2025 muestra cómo un acrónimo nacido en una oficina de Wall Street se transformó en un símbolo de resistencia frente a la hegemonía occidental. Del escepticismo inicial pasó a convertirse en un referente ineludible, especialmente para el Sur Global.
Pero su futuro es incierto. La coyuntura internacional es líquida, las alianzas son frágiles y las crisis globales obligan a replantear continuamente estrategias. El BRICS+2.0 representa un imaginario colectivo que da voz a muchos, pero que sigue dependiendo, en gran medida, de los cálculos estratégicos de China y de la capacidad del bloque para superar sus contradicciones internas.
Lo único claro es que el statu quo mundial ya no es el mismo. Occidente dejó de ser el único árbitro del juego, y el Sur Global, con el BRICS como su plataforma más visible, reclama un lugar en la mesa. En medio de esta transición hegemónica, todo fluye: los discursos, las alianzas y las identidades. Y aunque el futuro aún es nebuloso, el mensaje es evidente: el mundo ya no puede pensarse sin el BRICS, aunque tampoco pueda pensarse solo con él.

 

Walter Sánchez es Doctor (Ph.D.) y Magíster en Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos. Es profesor titular y ex-Director del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. Tiene un Diplomado Internacional en Relaciones de China y América Latina por la Red China y América Latina: Enfoques Multidisciplinarios (REDCAEM) y la Universidad Católica del Uruguay.