Columna sobre Economía, Comercio e Inversión, 1 de septiembre de 2019
¿Cómo afecta a América Latina la expansión de la guerra comercial?
Por Rubén Laufer
Las expectativas y apuestas al multilateralismo que economistas y observadores renovaron tras los acuerdos en las reuniones del G20 en Buenos Aires y Osaka (diciembre 2018 y junio 2019) entre Xi Jinping y Donald Trump para reanudar consultas comerciales bilaterales, fueron efímeras.
A principios de agosto, ante nuevos anuncios de Trump sobre imposición de aranceles -y saliendo al cruce de la desaceleración en sus ventas exteriores y en sus índices de crecimiento-, China retrucó en otro terreno: dejó que su moneda cayera un 1,4% llegando a su punto más bajo respecto del dólar en más de una década. A renglón seguido Washington calificó a China de «manipulador de divisas», lo que augura sanciones. Pekín, además, suspendió las compras de productos agrícolas estadounidenses, ahora encarecidos por la propia depreciación del yuan. Las autoridades chinas atribuyeron la devaluación a las medidas unilaterales y proteccionistas de Trump. Pero para las grandes potencias la manipulación cambiaria es un recurso habitual en tiempos de crisis: mientras China es acusada de devaluar para abaratar sus exportaciones, el FMI afirmó en julio que era el dólar estadounidense el que estaba sobrevaluado entre un 6% y un 12%, mejorando su capacidad importadora. El cimbronazo monetario volteó las acciones de los gigantes tecnológicos, acentuando globalmente un curso recesivo, que tras la crisis iniciada en 2008 nunca se revirtió por completo. Según el FMI («Perspectivas de la economía mundial», abril 2019) debido a la disputa arancelaria entre Estados Unidos y China la expansión económica mundial se frenó en el segundo semestre de 2018 y en el primer trimestre de 2019.
Esas perspectivas podrían ser todavía más sombrías. La guerra comercial no encuentra techo y las fricciones se expanden al ámbito tecnológico, monetario, productivo, político, militar: es decir, estratégico. Si China dejara caer aún más su moneda, los países de Asia oriental podrían tener que devaluar las suyas para recuperar «competitividad». La espiral devaluatoria podría generar más aranceles, inflación, caída del consumo y búsqueda de «refugios» especulativos para los capitales. La propia economía china sería afectada, ya que muchas de sus corporaciones inmobiliarias e industriales están fuertemente endeudadas en dólares en el extranjero, y un yuan más débil encarece esa deuda; también se encarecen sus importaciones de petróleo, valuado en dólares. Las nuevas dificultades, y la desaceleración ya en curso, podrían inducir a sacar su dinero del país a los potentados chinos, incluidos los funcionarios y familiares gubernamentales y partidarios en su momento puestos bajo el reflector por los Wikileaks. La consiguiente ola recesiva golpearía a los países exportadores tanto de materias primas como de bienes industriales y los flujos de inversión, préstamos, etc. y volvería a tomar vuelo la cíclica fuga de capitales gigantescos hacia la esfera especulativa.
El rumbo de enfrentamiento en que están embarcadas las dos mayores potencias del planeta apunta a agravarse. Estados Unidos ya ha impuesto aranceles sobre bienes chinos por cientos de miles de millones de dólares, aumentó las restricciones a la inversión china, prohibió a algunas empresas chinas hacer negocios con empresas estadounidenses, y comenzó a restringir los visados para estudiantes chinos en campos sensibles como robótica y aviación. Con la guerra arancelaria, Trump busca presionar a China para que cambie sus políticas sobre propiedad intelectual, reduzca subsidios a las empresas estatales, compre más productos estadounidenses y deje de forzar a las compañías extranjeras a revelar secretos tecnológicos. Es difícil que Trump retroceda, ya que busca potenciar su imagen de “líder fuerte” que enfrenta a China para afianzar sus aspiraciones reeleccionistas hacia 2020. También es difícil que recule la dirigencia china, cuya marcha hacia la centralización del poder se traduce en la reelección indefinida ya oficializada, en un creciente «nacionalismo asertivo» y en poderosas alianzas económicas y políticas internacionales tejidas alrededor del proyecto de «Nueva Ruta de la Seda», del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, la Organización de Cooperación de Shanghái y los BRICS. El léxico de la confrontación también está abandonando el tono del poder suave y el ascenso pacífico: «China tiene munición para dar batalla; Estados Unidos sentirá el dolor», tuiteó Hu Xijin, editor en jefe del Global Times. El nuevo tono ya había emergido en las advertencias de intervención militar de la conducción china a los manifestantes de Hong Kong, detrás de los cuales Pekín sólo ve la mano de las potencias occidentales.
«De fondo, el plano comercial no es más que un aspecto parcial de un conflicto que atañe a la competencia hegemónica entre las dos mayores potencias del siglo 21, y que por eso impregna todos los campos de las relaciones internacionales», escribíamos en esta columna en abril de 2018. Adicionalmente la relación entre Estados Unidos y Rusia también se deteriora, y se exacerban conflictos en escenarios como Ucrania, Venezuela, el Mar del Sur de China, Norcorea, Irán, Hong Kong, Taiwán. Vuelve a hablarse de «guerra fría” y de “contención”. No pueden dejar de percibirse efluvios del clima denso que en su momento sembraron en la política internacional las rivalidades comerciales y devaluatorias y los nacionalismos de las grandes potencias en los años 1910 y 1930 del siglo XX.
Específicamente en América Latina hay visiones dispares; por una parte algunos analistas imaginaron que la escalada de las fricciones comerciales abriría mercados cuando China y Estados Unidos disminuyeran recíprocamente sus compras; y por otra parte algunos temen la eventual menor demanda china de algunas materias primas como forma de protegerse de mayores medidas de Estados Unidos. Las esquirlas de la disputa comercial y política de dos elefantes en el bazar mundial no pueden dejar de impactar en la región. No sólo por la presumible caída de los precios de las materias primas y encarecimiento de los bienes tecnológicos, sino incluso por la depreciación de una parte de las reservas latinoamericanas que a través de los swaps ya está constituida en yuanes (el 30% en el caso de la Argentina). Y, más en profundidad, por las adaptaciones estructurales que se inducirán o reforzarán.
El avance de la influencia estadounidense tras el desplazamiento electoral o golpista de gobiernos neodesarrollistas o reformistas, en el último período frenó o desaceleró temporalmente la presencia de China en la región. Pero muchas empresas chinas son socios externos de poderosos sectores agrarios, industriales, comerciales y financieros latinoamericanos a través de los cuales las corporaciones estatales y privadas de China adquieren influencia económica y política. La presencia interna de esos intereses, la gravitación que han adquirido en estructuras estatales y círculos de decisión política mediante lo que podríamos llamar un verdadero «consenso de las infraestructuras», y el tipo de asociación que ello conlleva -comúnmente presentada como de beneficio mutuo-, está re-consolidando, desde México a la Argentina, la vieja especialización primario-exportadora, la dependencia financiera y una orientación básicamente desindustrializadora. Economistas, académicos y gobernantes locales y representantes de China en la región, convocan a aprovechar las oportunidades que ofrece el crecimiento de China y ampliar la oferta exportable hacia este país, incorporando valor agregado a las producciones primarias atrayendo capitales de China para construir con financiamiento provisto por China ferrocarriles, puertos, rutas y túneles dirigidos a facilitar las exportaciones hacia el país asiático. En esos casos no se postula una vía de autosostenimiento, modernización estructural y diversificación productiva y relacional, como la que la propia China practicó en su época socialista (1949-1978), sino estrategias de desarrollo asociadas a proyectos integrados a diseños estratégicos globales como la iniciativa de «la Franja y la Ruta», lo que conllevaría alineamiento en el disputado escenario mundial.
En condiciones tales, una escalada mayor de la confrontación entre Estados Unidos y China, reforzaría alternativas de adaptación estructural que nuestros países ya transitaron con distintos socios durante su historia, reiterando un rumbo ya conocido de dependencia económica, condicionamientos políticos, debilidad industrial y reprimarización productiva. Por tanto seguimos con atención el desarrollo de la guerra comercial y su impacto para nuestra región.
Rubén Laufer es Profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Económicas y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Docente de posgrado en la Maestría en Historia Económica y Políticas Económicas.