Columna sobre Política y Relaciones Internacionales, 15 de Octubre de 2025
La diplomacia del desarrollo: El avance estratégico de China en América Latina y el ocaso de Taiwán
Por Baltazar Salomón
A finales de 2022 concluí una investigación sobre la dicotomía Desarrollo–Dependencia en la relación entre China y América Latina y el Caribe (ALC) durante las dos primeras décadas del siglo XXI. En ella dediqué una parte sustantiva al análisis de la estrategia política y diplomática mediante la cual China ha tejido vínculos en la región, destacando dos ejes fundamentales.
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Primero, Pekín percibe a ALC como un socio con alta complementariedad comercial y vastos recursos naturales, esenciales para garantizar el acceso a materias primas y fuentes de energía clave ante los desafíos del futuro cercano.
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Segundo, comprendió que las propuestas de inversión y financiamiento en infraestructura resultan mucho más eficaces que décadas de disputas diplomáticas para avanzar en su objetivo de aislar a Taiwán.
Históricamente, Taiwán gozó de amplio reconocimiento en América Latina y el Caribe. Sin embargo, los cambios en las configuraciones políticas regionales y globales durante las décadas de 1980 y 1990, junto con la consolidación de los vínculos político-comerciales con China a partir del año 2000, allanaron el camino para el avance diplomático de Pekín en su reclamo de soberanía sobre la isla (Pu & Myers, 2021; Serrano Moreno et al., 2021). El pragmatismo chino, acompañado de la retórica de la coexistencia pacífica y la promesa de un desarrollo compartido impulsada por la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), tuvo un impacto decisivo en la región.
Hasta febrero de 2023, de los 33 países que conforman ALC, solo ocho mantenían relaciones diplomáticas con Taiwán como Estado soberano (Belice, Guatemala, Haití, Paraguay, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas y Honduras). No obstante, el cambio de postura de Honduras en marzo de 2023 redujo esa cifra a siete. Este dato adquiere especial relevancia si se considera que apenas doce países en el mundo mantienen actualmente relaciones con Taiwán, lo que convierte a América Latina y el Caribe en la región con la mayor proporción global (58,33%) de Estados que aún respaldan su reconocimiento.
De los 26 países restantes que no reconocen a Taiwán, tres cambiaron su reconocimiento a favor de China entre 1977 y 1999 (Bahamas, Barbados y Colombia), mientras que ocho lo hicieron entre 2000 y 2023 (Costa Rica, Dominica, República Dominicana, El Salvador, Granada, Nicaragua, Panamá y Honduras). Este patrón confirma una tendencia prochina sostenida durante las dos primeras décadas del siglo XXI.
Si bien es cierto que ALC no ha desarrollado una estrategia claramente definida para aprovechar el acercamiento con China, ni para comprender a fondo sus implicaciones, varios países han sabido capitalizar el interés chino en sus productos primarios mediante diversos proyectos. En algunos casos, ello contribuyó a impulsar una recuperación económica que, aunque poco planificada, ayudó a mitigar las secuelas de la crisis neoliberal de las décadas de 1980 y 1990 (Jenkins, 2010).
Diversos estudios sostienen que la asociación con China ha mejorado los ingresos por exportaciones e incluso ha tenido un efecto positivo en los términos de intercambio. Además, el aumento de importaciones procedentes de China ha facilitado el acceso generalizado a bienes de consumo asequibles, al tiempo que ha fortalecido la competitividad productiva mediante la incorporación de tecnología más barata. En palabras de Gallagher (2016, p. 144), “América Latina haría bien en capitalizar el auge chino. China ha resurgido como potencia económica mundial del siglo XXI y ha incrementado sus compras e inversiones en los productos primarios latinoamericanos”.
Sin embargo, aunque la relación China–ALC ha sido clave para la reactivación económica de la región, resulta imperativo, como advierte Ramón Berjano (2019), evitar la repetición de los patrones extractivos y neocoloniales del pasado. En su lugar, se requiere un modelo inclusivo, equilibrado y sostenible de desarrollo económico a nivel local, nacional y regional.
El patrón de relaciones de China con los países latinoamericanos varía notablemente según sus características y ubicación geográfica. El interés comercial, el volumen de préstamos y el tipo de inversión en el Caribe, Centroamérica y América del Norte difieren de los realizados en Sudamérica, donde se concentran la mayoría de los recursos naturales vinculados a la extracción minera, hidrocarburos y producción agrícola (Jenkins, 2010). Esta diversidad evidencia la heterogeneidad de las estrategias de inserción china en la región, que, combinada con la falta de coordinación interregional, ha condicionado tanto el crecimiento de los países como su capacidad negociadora frente a Pekín.
El año 2025 marca el vigésimo aniversario del primer tratado de libre comercio firmado entre China y países de ALC (Fan, 2025). Dos décadas después, la relación ha superado su fase inicial y se encuentra en un punto de madurez estratégica. América Latina y el Caribe están hoy ante una decisión crucial: romper o perpetuar la histórica estructura centro–periferia que ha limitado su protagonismo en el escenario internacional. Esta ruptura no pasa por elegir entre Taiwán o China, sino por reconfigurar estructuralmente la relación, aprendiendo de las experiencias previas.
El caso de Honduras, como otros en la última década, puede interpretarse como un síntoma del reposicionamiento regional de ALC. Más allá de las implicaciones para la disputa China–Taiwán, los países latinoamericanos deben comprender que la relación con China debe abordarse de manera estratégica y desde una lógica regional. Solo una gestión planificada, concertada y con visión de bloque podrá abrir nuevas oportunidades de desarrollo y participación para buena parte del continente.