Columna sobre Medio Ambiente y Desarrollo, 1 de marzo de 2019

La Franja y la Ruta: Gestión y desafíos en Sudamérica y Australia

Por Adrian H. Hearn

Una nueva ola de industrialización está transformando la geografía de Sudamérica y de Australia con la producción de alimentos. Ambas regiones están experimentando una mayor demanda de sus productos agrícolas a medida que la población urbana de China crece a 860 millones. Esto ha incrementado el consumo de carne de cerdo entre la clase media china, sostenida por los alimentos de origen sudamericano a base de soja y alimentos saludables hechos de cebada australiana. En los casos de Argentina y Brasil, el crecimiento total del comercio con China experimentó un aumento de US$1 mil millones en 2000 a US$64 mil millones en 2017 y se ha basado cada vez más en la expansión de la producción de soja. Para Australia, el crecimiento continuo de las exportaciones a China ha sido de US$5 mil millones en 2000 a US$95 mil millones en 2017, y está cada vez más sustentado por la producción de cebada, trigo y ganado a medida que la demanda de productos mineros disminuye.

La rápida expansión de los cultivos de productos básicos de exportación está desafiando la sostenibilidad de los sistemas alimentarios de América del Sur y de Australia en perspectiva comparada, porque estos productos requieren un área de tierra expansiva y un uso intensivo de productos químicos. En el estado australiano de Victoria, la competencia por la tierra cultivable periurbana se está intensificando entre los productores de productos básicos, los pequeños agricultores y los promotores inmobiliarios; sin embargo, casi no hay políticas gubernamentales que tengan como objetivo mejorar la viabilidad de los pequeños cultivos familiares. Sin embargo, al igual que en muchas partes de América Latina, las preocupaciones ambientales, económicas y sociales se intensificarán a medida que las inversiones agrícolas provenientes de China se expandan a través de la iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative – BRI). Esta iniciativa desarrollada por el gobierno chino se propone facilitar la inversión en infraestructura y asegurar el suministro de recursos naturales, abarcando un tercio del comercio mundial, 80 países y más de dos tercios de la población mundial. Promovido en China como un renacimiento y una extensión de la Ruta de la Seda impulsada en el siglo I a.C., BRI se proyecta invertir US$350 mil millones a mediados de los 2020.

El Foro China-CELAC de 2018 permitió el avance del BRI en América Latina, y el mismo año el estado Australiano de Victoria también firmó un acuerdo para ser parte del BRI. A pesar de estos acuerdos, los proyectos de infraestructura promovidos por China en Australia y América Latina han sido cuestionados por sus normas laborales, de seguridad y ambientales inadecuadas. China se identifica en un estudio argentino como el único destino de exportación importante para el cual la intensidad de las emisiones está creciendo. En este contexto, el BRI ofrece una oportunidad para que las empresas chinas se establezcan como actores ambientalmente responsables. Un paso importante será el desarrollo de directrices para los inversores en el contexto del BRI, que posiblemente se base en el marco social y de cuidado medioambiental desarrollado por el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB) para ayudar a los países socios a cumplir sus compromisos en virtud del Acuerdo de París. Sin embargo, la incertidumbre sobre el impacto ambiental del BRI persistirá hasta que dichas directrices se formulen y se puedan concretar en la práctica.

En un artículo reciente de China Dialogue se formula la pregunta: «¿La Iniciativa de la Franja y la Ruta traerá consigo una devastación ambiental o una nueva era de la administración de recursos globales de China?.» A modo de ejemplo, la tecnología de invernadero vertical china, desarrollada por el Centro de Agricultura Protegida e Ingeniería Ambiental y la iniciativa de la Ciudad Forestal de Liuzhou son buenos modelos de innovación e infraestructura inteligente, relevantes para los exportadores de alimentos tanto de América Latina como de Australia. Poder integrar estos y otros proyectos en el BRI, requeriría que las empresas chinas establecieran relaciones no solo con los gobiernos nacionales, sino también con socios a nivel provincial y municipal sudamericanos y australianos. Los actores subnacionales generalmente están más en sintonía con las preocupaciones ambientales locales, y trabajar más estrechamente con ellos podría ayudar a las empresas chinas a mantenerse al tanto de las preferencias y de la opinión pública. Además, las innovaciones de los gobiernos locales lideran las innovaciones de los sistemas alimentarios en la producción orgánica, la reducción de desechos, el empleo agrícola, la protección de la tierra y la sostenibilidad ecológica. Por lo tanto, trabajar con actores locales también ayudaría al BRI a involucrarse con problemas ambientales y sociales en ambas regiones.

El crecimiento de la agroindustria orientada a la exportación ha tenido consecuencias ambientales y sociales similares en América del Sur y Australia, incluida la deforestación, la contaminación de las vías acuáticas con químicos, la pérdida de granjas familiares periurbanas, la migración rural-urbana insostenible y un sistema alimentario cada vez más industrializado. Si bien la cebada, el trigo y la soja producidos por ambas regiones tienen un papel que desempeñar para alimentar a las ciudades en crecimiento de China, también plantean el desafío de evitar estos peligros y asegurar la diversidad de cultivos. El crecimiento macroeconómico requiere del comercio internacional, pero se necesitan marcos para proteger a las pequeñas y medianas empresas que producen alimentos frescos para el consumo local. Los pequeños agricultores equipados con el conocimiento y los recursos para la producción orgánica están bien situados para enfrentar las adquisiciones territoriales de los productores de productos básicos y de los promotores inmobiliarios. El BRI debe apoyarlos.

Los gobiernos de las ciudades, los planificadores municipales y los líderes comunitarios están descubriendo que las estrategias que formulan para mejorar los sistemas alimentarios requieren tanto la innovación social como la experiencia técnica. Las intervenciones gubernamentales dirigidas que promueven la cooperación entre productores y consumidores son críticas. Este equilibrio es posible cuando los aportes del gobierno, como títulos de propiedad, equipos y subsidios al personal, apoyan los valores de la comunidad en torno a la seguridad alimentaria, los medios de vida y la conexión con el proceso productivo. Hay una oportunidad aquí para que la iniciativa de la Franja y la Ruta juegue un papel constructivo.

Desde la paulatina desaparición de las granjas periurbanas de alimentos frescos hasta la preocupación de los consumidores por los pesticidas tóxicos, los efectos secundarios de los alimentos industriales están impactando a nivel doméstico. Por tanto la inversión en granjas periurbanas sostenibles puede ayudar a disminuir estas consecuencias. Las mejoras sistémicas implican políticas comerciales y de inversión en la agricultura que respondan mejor a las preocupaciones locales, y el BRI debe promover una colaboración con china que apoya este proceso en América Latina y Australia. Esto requerirá el diseño y la implementación de directrices claras para los inversionistas del BRI y una disposición para cooperar no solo con los gobiernos nacionales, sino también con los actores municipales y comunitarios más afectados por los proyectos resultantes.

Adrian H. Hearn es Profesor e Investigador en Estudios sobre América Latina de la Universidad de Melbourne en Australia. Página institucional: Adrian H. Hearn

 


Column on Environment and Development, March 1, 2019

Managing the Belt and Road in South America and Australia

Por Adrian H. Hearn
A new wave of industrialisation is transforming South American and Australian geographies of food production. Both regions are experiencing greater demand for their agriculture products as China’s urban population grows to 860 million. This has increased Chinese middle-class consumption of pork sustained by South American soy-based animal feed, and health foods made from Australian barley.   For Argentina and Brazil, the collective growth of trade with China from $1 billion in 2000 to $64 billion in 2017 has come to rely increasingly on the expansion of soybean production. For Australia, the continuing growth of exports to China from $5 billion in 2000 to $95 billion in 2017 is increasingly underpinned by barley, wheat, and livestock production as demand for mining products slows.
The rapid expansion of export commodity crops is challenging the sustainability of South American and Australian food systems because these products require expansive land area and intensive use of chemicals.  In the Australian state of Victoria, competition for peri-urban arable land is intensifying between commodity producers, small farmers, and real estate developers, yet there are almost no government policies that aim to improve the viability of small family farms. As in many parts of Latin America, environmental, economic, and social concerns will intensify as Chinese outbound agriculture investment expands through the Belt and Road Initiative (BRI).
Developed by the Chinese government to facilitate outbound infrastructure investment and secure the supply of natural resources, BRI encompasses one third of global trade, 80 countries, and more than two thirds of the world’s population. Estimated to invest $350 billion by the mid-2020s, BRI is promoted in China as a revival and extension of the 1st century BCE Silk Road.  The 2018 China-CELAC Forum enabled BRI’s advance into Latin America, mirroring its engagement with other countries including Australia, where the state of Victoria signed a BRI agreement the same year.
Chinese infrastructure projects in Australia and Latin America have been accused of inadequate labour, safety, and environmental standards. China is identified in an Argentine study as the only major export destination for which emissions intensity is growing. There is no single pathway for Chinese enterprises to establish themselves as environmentally responsible actors, but BRI  provides a good opportunity.  An important step will be to develop guidelines for BRI investors, potentially drawing on the Environment and Social Framework developed by the Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB) to assist partner countries fulfil their commitments under the Paris Agreement. Uncertainty about BRI’s environmental impact will persist until such guidelines are formulated and become evident on the ground. As a recent article in China Dialogue asks, “Will the Belt and Road Initiative bring environmental devastation or a new era of Chinese global resource stewardship?”.
Chinese vertical greenhouse technology, developed by the Centre for Protected Agriculture and Environmental Engineering, and the Liuzhou Forest City initiative are good examples of smart infrastructure innovations relevant to Australia and Latin American food exporters.  To integrate these and other projects into BRI would require Chinese enterprises to build relationships not only with national governments, but also with partners at the provincial and municipal levels in South America and Australia.  Sub-national actors are generally more attune to local environmental concerns, and working with them more closely could help Chinese enterprises to stay abreast of public preferences and opinions.  Furthermore, food systems innovations in organic production, waste reduction, employment, land protection, and ecological sustainability are typically led by divisions within local governments.  Working with local actors would therefore help BRI to engage with environmental and social issues in both regions.
The growth of export-oriented agribusiness has incurred similar environmental and social consequences in Australia and South America, including deforestation, contamination of waterways with pesticides, loss of peri-urban family farms, unsustainable rural-urban migration, and an increasingly industrialized food system.  While the barley, wheat, and soybeans produced by Australia and South America clearly have a role to play in feeding China’s growing cities, they raise the challenge of avoiding these dangers and ensuring crop diversity.  Macro-economic growth requires international trade, but frameworks are needed to protect small and medium-sized farms that produce fresh food for local consumption. Small farmers equipped with the knowledge and resources for organic production are well placed to resist territorial takeovers by commodity planters and real estate developers.
City governments, municipal planners, and community leaders are finding that the strategies they formulate to improve urban food systems require social innovation as much as technical expertise. Targeted government interventions that promotes cooperation between producers and consumers are critical. This balance is possible when government inputs like land titles, equipment, and staff subsidies support community values around food safety, livelihood, and connection with the productive process. Again, there is an opportunity here for BRI to play a supporting role.
From the disappearance of peri-urban fresh food farms to public anxiety about toxic pesticides, the side effects of industrial food are biting home. Investment in peri-urban farms can diminish these consequences, but systemic improvements entail agriculture trade and investment policies that are more responsive to local concerns. BRI could promote more sustainable Chinese collaboration with Australia and Latin America. This will require the design and implementation of clear guidelines for BRI investors, and a disposition to cooperate not only with national governments but also with the municipal and community actors most affected by resulting projects.

 

Adrian H. Hearn is Professor and Researcher in Latin American Studies at the University of Melbourne in Australia. Institutional page:  Adrian H. Hearn