Columna sobre Medio Ambiente y Desarrollo. 1° de diciembre de 2022

COP27: América Latina y los grandes emisores

Por Ximena Zapata

Tras dos semanas de negociaciones en la ciudad egipcia Sharm el-Sheikh, la cumbre global del clima COP27 terminó el 20 de noviembre una vez más con resultados insuficientes. La meta de impedir que la temperatura sobrepase los 1.5°C por encima de los niveles pre-industriales se mantiene en papel desde hace siete años. Sin embargo, el “Plan de Implementación Sharm el-Sheikh” que se acordó no incluye mención alguna sobre la reducción del uso de combustibles fósiles. Es decir, hay objetivo sin plan.
La cumbre se salvó de un fracaso porque los países en desarrollo lograron asegurar, tras décadas de esfuerzo, un compromiso para la creación de un fondo de compensación por pérdidas y daños. Con este fondo, los países desarrollados compensarían a los países vulnerables por los impactos derivados del cambio climático. ¿Lo prometido? solo US$260 millones de dólares que ni siquiera se sabe exactamente de dónde vendrán y a qué países estarán dirigidos. Los detalles de esta iniciativa no se ultimarán sino hasta la próxima cumbre. Este compromiso no resulta muy esperanzador, si se considera la inclumplida promesa de 2009 de los países ricos de aportar US$100.000 millones de dólares anuales hasta el 2020 en financiamiento climático para los países pobres.
Aunque cada vez resulta más claro que poco puede trascender de este tipo de cumbres para resolver un problema de tal envergadura como la crisis climática, resulta interesante observar como se configura la dinámica de rivalidad en cuestiones del clima entre los mayores emisores de CO2 y a la vez potencias mundiales, China y Estados Unidos, y por el otro, el papel de regiones como América Latina, claves en la protección del medio ambiente, y situadas en medio de disputas hegemónicas. En el caso de China, el presidente Xi Jinping no asistió a la cumbre y en su lugar envió a Xie Zhenhua como delegado oficial quien reiteró la postura de China, indicando que corresponde a Estados Unidos despejar las barreras creadas por la visita de la Presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos Nancy Pelosi a Taiwán, para destrabar las negociaciones bilaterales sobre el cambio climático iniciadas el año 2021. Sobre el fondo de compensación, China lo apoya, pero no con dinero y recalcó su condición de país vulnerable afectado por eventos extremos climáticos.
Por su parte el delegado del presidente estadounidense Joe Biden, John Kerry, centró la atención sobre China y la esperanza de que el gigante asiático esté a la altura de su responsabilidad global. Al final, la “buena noticia” de los dos países más contaminantes del planeta fue un “estamos de vuelta en la mesa para intentar cumplir nuestros compromisos.” La politización de la agenda climática por parte de los mayores emisores del mundo resulta preocupante. Frente a ello es necesario un reposicionamiento estratégico de América Latina y el Caribe, más aún en el actual contexto de crisis superpuestas – alimentaria, energética, geopolítica, económica y de deuda.
Es bien sabido que América Latina y el Caribe no actúa como un actor unificado en las negociaciones sobre el clima. Sin embargo, se rescata de esta COP27 el comunicado conjunto presentado por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) durante las negociaciones sobre el tema de financiamiento climático. Otro aspecto que salvó a la región de la invisibilidad fue la participación del presidente entrante de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, quien a más de anunciar planes nacionales para Brasil – cero deforestación y la creación de un Ministerio de Pueblos Indígenas – dejó el mensaje, para muchos esperanzador, de “Brasil está de vuelta” para reposicionarse como actor proactivo en cuestiones climáticas. Por otro lado, los presidentes Gustavo Petro de Colombia y Nicolás Maduro de Venezuela propusieron una gran alianza para proteger la selva amazónica y relanzar el Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA).
No resulta claro si la reconfiguración de fuerzas en la región hacia la izquierda y la posición esta vez más coordinada de la CELAC impliquen una futura agenda regional climática o posicionamiento común frente a los países desarrollados. Por su puesto, es alentador saber que la época de negacionismo climático en Brasil desde el plano gubernamental tiene los días contados. Pero ¿cómo podrá el presidente Lula da Silva conciliar una agenda climática con los intereses de la agroindustria en el país y su poderoso lobby? Similar reflexión aplica para el resto de los países latinoamericanos dependientes de la agroindustria y de vínculos cada vez más estrechos con China en el sector de las materias primas.
Ximena Zapata es Doctora (c) en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en el Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales (GIGA) y Universidad de Hamburgo. Maestra en Relaciones Internacionales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede Ecuador.