Columna sobre Política y Relaciones Internacionales. 15 de octubre de 2021

China y sus claroscuros en tiempos de Xi Jinping

Por Sergio M. Cesarin

Desde el ascenso al poder del presidente Xi Jinping, la trayectoria de China como potencia emergente, evoluciona bajo el paradigma del “sueño chino” sobre restauración, desarrollo y modernidad hacia mediados del presente siglo; en el plano político, este horizonte sirve para consolidar la figura presidencial como líder máximo y centro de las principales decisiones sobre políticas públicas; en el económico, la visión de una China restaurada, impulsa la reconversión del aparato productivo nacional mediante activas políticas sobre desarrollo científico, tecnológico así como la proyección de su poder militar hacia la región y el mundo.

En toda esta trayectoria – pasada y presente- el liderazgo presidencial ha sido y es incuestionable. Un liderazgo construido sobre la base de una reingeniería normativa en los estatutos partidarios que le permite mantenerse en el poder por tiempo indeterminado, dando así fin a los arreglos institucionales y equilibrios inter faccionales en el seno del Partido Comunista de China (PCCh) establecidos por Deng Xiaoping en los albores del proceso de reformas. Los argumentos esgrimidos para confirmar la centralidad de su figura como “núcleo” (hexin) sostienen la necesidad de garantizar la estabilidad interna y asegurar la gobernanza en momentos de crecientes tensiones domésticas y exteriores (léase conflicto con Estados Unidos), sostener la campaña anticorrupción como instrumento clave para garantizar la disciplina partidaria, ampliar la participación estatal en la economía nacional, persistir en la construcción de poder tecnológico, promover planes sobre modernización militar con el fin de asegurar la defensa del país ante amenazas externas y proteger áreas marítimas circundantes consideradas por China bajo su soberanía (Mar de China Meridional).

A nivel interno, el estilo de conducción del presidente Xi Jinping se ha caracterizado por abandonar el predominante estilo de “centralismo democrático”, reflotar un discurso basado en la supremacía ideológica del marxismo-leninismo como guía política del Partido, el rechazo a valores occidentales, estándares sobre derechos humanos o formas de organización política pro democráticas, alusiones todas presentes en discursos y pronunciamientos dirigidos a cuadros políticos, funcionarios, fuerzas armadas, empresarios y sociedad en general.

En el ámbito externo, la adopción de posiciones asertivas por parte de Xi muestra rasgos de militarización de la política exterior china en la región, posiciones menos conciliatorias respecto de issues sensitivos como la reunificación con Taiwán bajo gobierno del pro independentista Partido Demócrata Progresista (DPP) o la democratización de Hong Kong, aumento de la actividad militar en el Mar de China Meridional, persistentes tensiones fronterizas con India, y la escalada de tensiones (políticas, comerciales y militares) con Estados Unidos. Si bien la situación sobre DD.HH de minorías étnicas como la Uigur, o dudas sobre la responsabilidad de China en el inicio de la pandemia del COVID-19 erosionaron su imagen internacional, un mix entre “diplomacia de lobos” (Wolf warriors) y “diplomacia de las vacunas” atemperó los impactos negativos sobre su soft power, ubicando nuevamente al país como promotor de la “universalización” de las vacunas al considerarlas un “bien público global” (BPG).

En este contexto, en la era post Trump y bajo la presidencia Biden, persisten los “esfuerzos bipartidistas” por parte de Estados Unidos por contener a China. La estrategia muestra diversas facetas; neutralizar los esfuerzos chinos por reformular las “viejas instituciones” herederas del orden mundial del siglo XX, contener su expansión militar en el Mar de China Meridional y el Indo-Pacífico (IOR), sostener sus ventajas en áreas de altas tecnologías, reafirmar alianzas con socios asiáticos (coaliciones entre democracias), evitar el ciber espionaje chino y atenuar el déficit comercial bilateral. En este contexto, ante un mundo inestable, China y América Latina y el Caribe en general, evalúan mutuas ventajas y desventajas sobre una aproximación que despierta recelos en Washington.

Durante el gobierno de Xi Jinping, América Latina y el Caribe (ALC) ha jugado un importante papel aportando capital político y espacios de mayor influencia en la región a favor de China por sobre los Estados Unidos. Factores particularmente importantes han sido el sostenido crecimiento de la economía china como demandante de productos latinoamericanos exportables, la recepción regional de inversiones (IED) chinas, las asociaciones productivas en sectores manufactureros y servicios, el financiamiento chino destinado a obras de infraestructura, entre otros.

En tiempos de Xi Jinping, la estrategia china hacia la región ha sido consistente y persistente. La postura garantista adoptada por China sobre globalización y libre comercio mundial, acerca a la región a su esfera de intereses. Tal como lo expresara el presidente Xi Jinping, las aspiraciones chinas por construir una “globalización menos asimétrica”, fomentar la «mutua cooperación internacional» y promover la construcción de una “Comunidad de destino compartido para la humanidad”, son coincidentes con intereses y valores latinoamericanos. La incorporación de países latinoamericanos a los planes globales chinos sobre conectividad bajo el enfoque global partnership (OBOR/BRI), e integrarlas al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB), son ejes de acción alentados bajo la presidencia de Xi Jinping. Ante este escenario, un Estados Unidos de perfil más conservador y militarista, se muestra reacio a consentir la expansión de la presencia china en ALC y aspira a reconstruir confianzas y recuperar perdidos espacios regionales de influencia.

Sin renunciar a principios históricos de acción en el sistema internacional, una China poderosa en el siglo XXI no podría sino aspirar a modificar un orden mundial, en gran parte heredado del siglo XX. La empatía lograda por China en ALC habilita la apertura de canales diplomáticos formales e informales por parte de gobiernos, alienta el activismo empresarial, el desarrollo de estudios en el campo académico y un mayor conocimiento mutuo. Como ocurriera durante la Guerra Fría, pese a las prevenciones estadounidenses, la percepción sobre China como “socio para el desarrollo regional”, prevalece y presupone la futura densificación de una agenda cooperativa sino-latinoamericana.

* Nota: El autor desarrolla este tema en profundidad en el ejemplar N°23 del Working Paper Series de REDCAEM de Julio 2021 denominado China: Política interna y externa en tiempos de Xi Jinping. En: http://chinayamericalatina.com/wp-content/uploads/2021/10/WP23-Jul-2021-REDCAEM-.pdf

Sergio M. Cesarin es Coordinador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India (CEAPI) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) en Buenos Aires, Argentina. Master of Arts de la Universidad de Pekín.