Serie Especial COVID-19. Columna sobre Geopolítica y Geoestrategia, 15 de noviembre de 2020

China, Centroamérica y COVID-19

Por María del Pilar Ostos Cetina

Desde hace prácticamente un año, un fantasma recorre al mundo, se trata de un enemigo sin rostro, el llamado virus del COVID-19, el cual se convirtió en un fenómeno pandémico que comenzó en China, concretamente en la ciudad farmacéutica de Wuhan, y luego de ahí se expandió en todos estos meses, pasando de un continente a otro; generando a su vez, un contagio que supera los 53 millones personas y alcanza una cifra del 1,2 millones decesos a nivel global en los primeros días del mes de noviembre de este 2020.

Siguiendo los alcances de la propagación del COVID-19, en el caso del continente americano, Estados Unidos y Brasil, se ubican actualmente como los dos más importantes epicentros del contagio por causa de este virus, sobre el cual se sigue experimentando una vacuna efectiva por parte de las principales potencias de mundo, además de observar con atención las consecuencias devastadoras del inicio de una recesión económica sin precedentes, al arrojar datos negativos en materia de crecimiento en la mayoría de las economías del mundo; derivado precisamente de las medidas estrictas como han sido las del confinamiento social durante largos periodos de tiempo, al igual que el cese de actividades en planteles educativos, seguido del cierre de empresas, entre ellas, aerolíneas y con ello, afectando al sector turístico y aquellas labores que priorizan las aglomeraciones sociales en diferentes escalas. En este sentido, la región puente de Centroamérica, que reúne a siete naciones, aglomerando cerca de un total de 60 millones de habitantes, también se ha visto afectada por la llegada del enemigo sin rostro del COVID-19, que ha dejado cifras como las que se presentan en Guatemala con 3,821 muertos, Nicaragua con 158, Honduras con 2,797, Panamá con 2,867, Costa Rica con 1,546, El Salvador con 1,039 y Belice con 85, cuyos decesos se han presentado entre los meses de marzo a noviembre de este mismo año.

Aún cuando las cifras parecen menos alarmantes en la América Central, comparadas con los fallecimientos que se presentan en otros países, con mayor número de población, comenzando por Estados Unidos, la India, Francia, entre otros; lo cierto es que como se indicó antes, la afectación derivada de la presencia del COVID-19, dejó de ser un asunto estrictamente de atención gubernamental en materia de salud, para convertirse en un fenómeno con mayores repercusiones en otros ámbitos como lo social, lo económico e incluso en materia de seguridad transfronteriza y hasta medioambientales. Por tanto, las repercusiones que van desde lo socio-económico hasta abarcar los temas de la seguridad en estos meses de auge de la pandemia, acrecentaron la “desesperación social” y el ánimo por abandonar estos países, particularmente los del llamado “Triángulo Norte”, integrado por El Salvador, Guatemala y Honduras, caracterizados por tener economías deficientes, con escasos márgenes de gobernabilidad, expuestos al endeudamiento externo, victimas también de las actividades del Crimen Organizado Transnacional que utiliza esta región como ruta para el trasiego de drogas ilícitas, sin desdeñar la presencia de organizaciones (religiosas y hasta extranjeras como la Fundación Georges Soros, entre otras) involucradas en el acompañamiento de numerosas personas, quienes desde el 2018, se han sumado a las conocidas “caravas de migrantes”, cuyo objetivo primordial ha sido, atravesar el territorio mexicano para alcanzar la frontera norte de dicho país y desde ahí solicitar a las autoridades estadounidenses la condición de asilo o ingresar por otros medios al territorio de Estados Unidos.

A pesar de las medidas de control que se presentan en la frontera México- Estados Unidos en estos meses de COVID-19, los patrocinadores de las caravanas migrantes, decidieron lanzar una nueva convocatoria el pasado mes de octubre, misma que se contuvo y desarticuló por parte de las autoridades fronterizas mexicanas. Sin embargo, este fenómeno tiende a exacerbarse, más aún con los efectos que a inicios del mes de noviembre dejó la depresión tropical conocida como ETA, que provocó la crecida de ríos, deslaves e inundaciones en todo el istmo centroamericano, cobrando la vida de cerca de 200 personas y dejando a por lo menos 3 millones de damnificados en toda la región, que se han visto, en medio de la pandemia del COVID-19, obligadas a ser evacuadas y estar confinadas de forma masiva en albergues destinados para su atención en medio de esta emergencia de origen natural, y que a su vez, estarán bajo la tentativa de emprender un tipo de migración de carácter medioambiental, según lo indica la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA). De este modo, el panorama para Centroamérica se avizora desalentador en medio de la llegada de un enemigo sin rostro como es el COVID-19, para el cual no se estaba preparado, aunado a los efectos que vienen a ocasionar los fenómenos meteorológicos como ETA y la depresión tropical de IOTA, esta última prevista para los próximos días, lo que obliga a los gobiernos en la mayoría de los países centroamericanos a establecer medidas urgentes en medio de estas afectaciones que no dan espera, y que requieren, además de planeación efectiva, algo fundamental: recursos financieros.

En medio de la coyuntura antes descrita, esta bien puede convertirse en una oportunidad para el ejercicio real y efectivo de los préstamos que se generan al calor de la diplomacia médica que está aplicando la dirigencia de China, pero también de otros países interesados en esta misma región como es el caso de Taiwán y la Federación Rusa, sin desdeñar la presencia del hegemón continental, otorgando las oportunidades de crédito a través de entidades como el Banco Interamericano para el Desarrollo o de otras organizaciones, incluso, sin desdeñar las delictivas, que como sucede con algunos carteles mexicanos o italianos, se están convirtiendo en medio de la emergencia de salud global, en algunos de los principales prestamistas, aprovechando el auge de la inestabilidad económica que ha dejado como resultado negativo, la propagación del COVID-19.

 

María del Pilar Ostos Cetina es Investigadora en el Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos en Seguridad y Defensa Nacionales (IMEESDN). Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con estudios posdoctorales en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).